Intentaré explicar, sin saber cómo ni porqué, cómo se siente mi cuerpo cuando recupera la consciencia a su lado. Cómo reacciona mi alma al saber que la suya la acompaña. Cómo mis pies se dan cuenta que son los suyos los que están bajo las sabanas...
Intentaré hacerles entender, queridos lectores, qué parte de mi corazón deja de latir una milésima de segundo, al notar a su mejor parte, latiendo al unísono. Quisiera hacerles ver el blanco de su cama, la luz de sus ojos, y el inmenso calor de su sonrisa, y todos los poros del mapa del tesoro que forman las pecas que una vez tracé en su piel.
Me gustaría poder llegar a detallarles la felicidad eterna que me invade al comprobar que soy yo, el único que guarda su fragilidad entre mis brazos. Desearía que supieran con la misma certeza, cómo saben sus besos de buena mañana, silenciosa, iluminada, pequeña y vulnerable. Compartir con ustedes y a la misma velocidad que yo lo hago, los millones de kilómetros que mi espíritu inocente, desperezado y radiante recorre en una única dirección ascendente cuando soy testigo del amanecer de sus pupilas de miel, que miran sorprendidas a lo que aun perdura de mi en el refugio de su pecho.
Sin embargo, y esperando que no me culpen por ello... no lo haré...
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